sábado, 1 de enero de 2022

Balada de Navidad

No podía resistirlo. Pensar en matarlos a todos y llevarla lejos donde pudiera amarla para siempre. El árbol de navidad era lo más parecido que Marcos podía considerar hogar y era porque bajo la estrella que lo coronaba besó a Julia por primera vez. Y desde entonces todos y cada uno de los comensales que repetían sitio alrededor de la mesa cada año, les habían atormentado. El amor es válido menos si es entre primos. Marcos le había prometido ir a buscarla en donde quiera que estuviera trabajando y ella le habría esperado cada noche. Después de trabajar, se vestía de rojo en ropas ajustadas, se servía vino hasta alcanzar el calorcito en la garganta y el rosado en los pómulos. Se recogía el pelo en coleta y solo maquillaba la zona ocular de la cara. Se subía la falda hasta casi el origen de los muslos y esperaba. Y se preguntaba por qué él no venía. Bajo las luces blancas, verdes y rojas del salón en un 24 de diciembre, repitió aquel ritual. Como cada año le agarraba del brazo y le arrastraba hacia la cocina, donde sus ojos lluviosos preguntaban y la sombra en la cara de Marcos respondía.

            -¿Y por qué entonces no has venido? -preguntó ella, rabiosa.

            -No es tan fácil. Si me voy mis padres y tu padre sabrían que fui a buscarte. La semana antes de Navidad de cada año recibo un puto sermón de cómo tengo que mirarte, hablarte y felicitarte. ¿Te crees que es fácil?

            -Ya veo que te importa más lo que ellos digan que lo que sientes.

            -Somos primos joder. Nuestros hijos saldrán retrasados.

            -Cada vez que te miro pienso en que estás hecho para mí. En todas las películas, libros o series te veo como mi Romeo. Te encuentro hasta en canciones que no me gustan. No podemos negar eso. Yo no.

            -Eso solo significa que la ficción aumenta la calidad de tu sufrimiento, el mío sigue igual de jodido. He dicho que no puede ser. Perdería a toda mi familia.

            Y tras un rato mirándose fijamente, la rabia se convirtió en lascivia y tras veinte minutos en el baño, en melancolía. Era la historia del marinero que solo podía pisar tierra cada 10 años, excepto que ellos solo podían amarse cada Navidad. Ella marchó al salón y él se enfrentó al espejo. En el reflejo no se veía a él solo, sino a todos y cada uno de los parientes que le aguardaban en el comedor. Oía a su tío decirle lo muy perdedor que era en la vida que tenía que ir a buscar el amor en su propia familia. A su padre arrepentido de serlo y a su madre muda que miraba con desprecio. Y después de romper el espejo de un puñetazo, se deshizo de cada uno de los cristales incrustados en su puño mientras pensaba: ¿En quién sino se puede buscar el amor? Y se compadeció de Julia que, aparte de dolerle su ausencia, soportaba aquellos latigazos también.

            Había cogido el trozo de espejo más puntiagudo y se lo había guardado en el bolsillo antes de entrar en el salón. Miraba a Julia. Notaba a su madre observándole. Su padre movía los ojos como los de un búho y los escrutaba a todos. Resoplaba y maldecía a Marcos con gestos. Probablemente fue ahí cuando Marcos sintió más ganas de clavarle el cristal en la yugular a sus padres.

La copa de su padre tintineó y todo el mundo esperó el discurso. Oró.

            -…a veces no se puede elegir la familia, pero las navidades nos enseñan a soportarles una vez al año jejeje – concluyó entre risas generales.

            Bajo el mantel en el bolsillo de Marcos sus manos se averiguaban amarillas por la presión sobre el vidrio, verdes por las venas que explotaban y rojas por la sangre que derramaban. No aguant… Julia no estaba. No se había dado cuenta hasta ahora, pero su asiento llevaba un buen rato vacío. Deseaba decirle tantas cosas entre aquellos pensamientos. Quizá sería buen momento para huir con ella antes de que rajara algún cuello. La buscó en la cocina, en el balcón, en la sala del piano, en cada una de las habitaciones y por fin la encontró tendida en el suelo del baño encharcada en sangre. Marcos soltó el vidrio y se arrodilló en el aura de cristales que la rodeaba. La lágrima que caía de su rostro aún seguía húmeda, pero su pulso no funcionaba. Solo minutos más tarde se fijaría en el trozo de vidrio en la mano de julia y en sus muñecas rasgadas.

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